FARO DE AJO
5 artículos para un debate
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El Faro de Ajo :¿arte urbano en el paisaje…?
Simón Marchán Fiz
Durante la Ilustración fue una de las tipologías de la arquitectura civil encumbradas por arquitecto francés E. Boullée, mientras el planificador y constructor de Berlin K. F, Schinkel, tal vez emulando en la navegación al Siècle des Lumières de la razón, erigía en 1828 la Torre de luz (Leuchturm) en el Cabo de Arcona ( Isla de Rügen). Curiosamente, la Torre de Hércules ( S. II d. Cristo) en la Coruña es el Faro operativo más antiguo del mundo, mientras en la geografía española su número se acerca a los 200 .
Creo que en Cantabria son 5. Los del Cabo Mayor (1833-39, 91 metros de altura) ) y de la Isla de Mouro (1860, 41 m.) son pioneros de la tipología más “iluminista”: basamento rectangular o cuadrado y torre circular con revestimiento de piedra blanca, que culmina en el de Cabo de Palos (1865, 81 m.). En cambio, el Faro del Cabo de Ajo, ideado en los umbrales del XX, proyectado durante los años 20 e inaugurado en 1930, pertenece a una segunda familia que se remonta a mediados del siglo XIX con los de Gata y Sacratif en Motril. Al igual que estos, se articula como un basamento y una torre circular con dos anillos: circulación y cubierta, que lo abrazan en un volumen engalanado con paramentos blancos. Es decir, como si emulara a una columna clásica estilizada, la composición tripartita se transforma en la basa, el fuste y la linterna o faro.
Los rasgos compositivos y, por qué no, “artísticos” que lo encumbran como patrimonio arquitectónico e histórico de Cantabria, son frutos maduros tanto de su fascinante verticalidad (71 m. de altura), de su implantación única, privilegiada, en la topografía del lugar ( hoy invadida por una urbanización apresurada y caótica), como de su carácter compacto, de una concentración ensimismada, gestáltica, como figura que destaca sobre los fondos. Ya sean, desde la proximidad, en contraste con la belleza y la nitidez del paisaje verdoso de los prados y del azulado, grisáceo o tenebroso de los mares y las nubes, mientras, desde la distancia, se transfigura en mástil orgulloso que apunta a tantas geografías y fabulaciones.
Teniendo en cuenta el calificativo de “artístico” que se cuelga al desatino, por no hablar del “arte urbano” en el paisaje, lo más llamativo es cómo el volumen y los rasgos de su arquitectura son disueltos en 72 colorines que atentan no sólo contra la normativa vigente, el sentido común y las formas que lo caracterizan o, si decae en las funciones utilitarias, seguirá alzándose cual seductor “objet trouvée” de fascinante atracción en armonía con lo que lo rodea.
El proyecto que se pretende consumar es un canto a la insensibilidad estética y al populismo artístico, reñidos con el patrimonio arquitectónico; incluso, con los valores históricos de esa Cantabria que, se dice, “infinita” , siendo así que por mor de este y otros atropellos se acerca más y más a una modernidad “gaseosa”. Hasta en la presentación la competencia cromática con las mascarillas, si no fuera por la tragedia que esconden, sería cómica, mientras la proclama de que “su objetivo…,es convertir ese entorno natural en un cruce artístico entre el Guggenheim y el Centro Botín” ( El Diario Montañés,06.06.20), roza la categoría de lo ridículo.S.M.F.
ORNAMENTO y DELITO
Antonio Bezanilla
Viena, viernes 21 de febrero de 1913. Adolf Loos, arquitecto, imparte una conferencia titulada [Ornament und Verbrechen], o sea, [Ornamento y delito], donde expone una agresiva teoría sobre la decoración en relación con la arquitectura, proponiendo incluso que [el ornamento (...) es un delito, porque daña considerablemente la salud del hombre, los bienes nacionales y, por tanto, el desarrollo cultural].
La proposición de Loos, acaso no tan conocida como el oxímoron de Mies van der Rohe (menos es más), no ha dejado nunca de tener un profundo predicamento en el mundo de la arquitectura y constituye una de las bases del buen hacer profesional, trasladando al campo del diseño, de las proporciones, de la geometría, del equilibrio volumétrico, de los juegos de luces y sombras, la fuerza y el poder de la arquitectura como proyecto y como edificio construido, más allá de lo que pueda aportarle cualquier tipo de ornamento superpuesto. Los valores estéticos radicarán en la composición y en los conceptos citados, mucho más inalterables que un determinado aditamento añadido, formal, material o pictórico.
Sucede, sin embargo, que el paso del tiempo cambia a veces las formas de pensar de la sociedad como conjunto (o no tanto) y parece que las instituciones a veces entienden como ¿necesario? enfrentarse a retos y decisiones que, probablemente, no sean reclamados siquiera por la propia sociedad, respecto a edificios de los que se pretende “mejorar” su imagen con acciones atrevidas que el edificio no suele ni demandar ni reclamar ni necesitar. Y la referencia es expresa tan solo a las acciones no requeridas para el mantenimiento y conservación del edificio, no a las imprescindibles para que siga en pie.
Ante esta tesitura surge siempre la perplejidad que puede producir para una parte de la sociedad la elección del referente adoptado para la ornamentación del edificio o la mayor|mejor calidad de la opción elegida, debates sin duda posibles y comprensibles. Sin embargo, hasta ahora parece no haberse planteado nunca la posibilidad de que haya que considerar no la idoneidad del modelo de referencia sino, más bien, la inadecuación manifiesta que, en el plano conceptual, se produce sobre el propio acto en sí mismo: la necesidad de ornamentar el edificio.
No se trata de analizar el cómo sino de comprobar la consistencia del porqué. ¿Es necesario que un edificio concebido, proyectado y construido para ser de una determinada forma, volumen y colorido, tenga que ser “maquillado” años después para ofrecer otro aspecto, por mucho que las modas de ese futuro parezca que lleven inevitablemente a la acción ornamental? ¿Hay alguna obligación real para abordar esa decoración superpuesta?
Tan solo por poner un ejemplo, la arquitectura del Movimiento Moderno, racionalista, blanca, sobria en sus líneas volumétricas y en su paleta de colores (esencial, aunque no exclusivamente, blanca),
¿necesita decoraciones coloristas o añadidos que rompan su volumetría original? La repuesta más correcta, sin duda, es que no. Se han visto imágenes de la villa Savoie o de la capilla de Ronchamp (ambas de Le Corbusier) pintarrajeadas como si hubieran sido asaltadas por grafiteros incontrolados, pero todo fue una ensoñación artística que no pasó del mundo de la fotografía y del diseño por ordenador y que, desde esa perspectiva, acaso tenga cierta gracia como tal ocurrencia artística sobreactuada y provocadora. Pero difícilmente la arquitectura de ese valor se prestaría a ese juego...
Sucede también que difícilmente cualquier otro tipo de arquitectura se prestaría a ese juego. Los edificios blancos (generalmente adscritos a esa arquitectura del Movimiento Moderno) no fueron proyectados y construidos para ser receptores en sus fachadas de todo tipo de decoraciones futuras bienintencionadas que pretendiesen mejorar su imagen, sino que su fachada es|fue blanca porque se quiso que fuera blanca, su arquitecto o ingeniero proyectista (según el uso) quiso que así fuera, y no pensó en que el futuro le propiciase mejoras a su obra, por muy coloridas que pudieran ser o por más añadidos superpuestos que pudieran proponerse para ¿animar? el edificio.
Sin llegar acaso a la rotundidad de Adolf Loos, y ciento siete años y ciento siete días después, quizá convenga pensar que la estética en la arquitectura no debe surgir del ornamento superpuesto y caprichoso (en cuanto que ajeno a la concepción del proyectista) sino que la belleza está en las proporciones y en la imagen de la idea original, pues no en vano fue la de su creador.
Carta a Miguel Ángel Revilla, Presidente
de Cantabria.
Excmo. Sr. Miguel Ángel Revilla:
Le escribo esta carta, respetuosamente, después de haber dudado durante varios días si valía la pena hacerlo o no. Estaba casi convencido de que no sería necesario, al creer que el asunto sobre el que le quiero hablar se resolvería pronto a la vista de las numerosas intervenciones públicas realizadas por instituciones culturales y personas privadas que, con razonados y sólidos argumentos, se han conocido a lo largo de los últimos días.
El asunto tiene que ver con el proyecto de intervención pictórica sobre la superficie exterior del faro de Ajo (obra diseñada en 1906 aunque sólo entró en funcionamiento en 1930), en el término municipal de Bareyo, que el Gobierno de Cantabria apoya, junto con el Ayuntamiento local y la Autoridad Portuaria. Me animo a escribirle ahora al comprobar que, tras las abundantes críticas recibidas por dicho proyecto, Vd. se reafirma en la bondad artística e interés turístico del mismo por medio de unas declaraciones hechas este domingo pasado, día 7. Tras conocer este respaldo suyo, he decidido sumar mis argumentos a los expresados por otros hasta ahora, no por creer que los míos sean mejores que los ya conocidos y que con ellos se vaya a inclinar la balanza hacia el lado contrario al que parece estar oscilando ahora, sino por la imposibilidad de permanecer callado ante la actuación que se quiere llevar a cabo. Si no podemos evitar esto que se proyecta, dentro de un tiempo, no demasiado, no me perdonaré haber quedado en silencio.
Tengo respeto humano y político por Vd. Le escribo desde una comunidad autónoma vecina, con fortísimos lazos de relación con la que Vd. preside, y como muchos miles de ciudadanos estoy deseando volver a su tierra, que tengo en parte también como mía, tal y como Vd. mismo ha declarado que espera que suceda pronto, es decir, que decenas de miles de vascos podamos volver a una región en la que nos sentimos felices cada segundo que pasamos en ella. Mi pensamiento político no es muy coincidente con el suyo, pero a mí me gusta escucharle cada vez que le oigo en la radio o le veo por televisión. Me parece que se expresa Vd. con claridad, sin dobleces y ofreciendo enormes dosis de sentido común, lo cual me encanta más allá de que nuestras últimas metas políticas no coincidan del todo, aunque sí lo hagamos en las cuestiones democráticas de base, por supuesto.
Es precisamente por esa razonabilidad juiciosa y sin aspavientos que le caracterizan por lo que me ha sorprendido su respaldo al proyecto pictórico de Okuda San Miguel, un artista del que yo no había oído hablar nunca a pesar de haber estado trabajando en la dirección de varios museos de arte contemporáneo durante los últimos treinta años. No dudo de la competencia artística de Okuda San Miguel para trabajar con su estilo en algunos determinados escenarios urbanos, como al parecer lo ha hecho en lugares de Japón, Estados Unidos, Suecia o Rusia. Mi mayor respeto para él, al margen de lo que estéticamente pienso sobre el peculiar lenguaje artístico que le caracteriza.
Y mi sorpresa tiene que ver con la falta de coincidencia entre la naturalidad habitual en Vd. y la estridencia que se plantea para el faro de Ajo. No sé cómo se produjo el planteamiento inicial de este proyecto en la mesa compartida por las tres instituciones que lo apoyan ni de qué manera fue siendo aceptado por quienes tenían capacidad para decidir sobre él, incluida la habilitación de un presupuesto económico no pequeño. Encargos de esta naturaleza suelen resolverse mediante concursos abiertos a todos los artistas que deseen participar, pero, sobre todo, antes de abrir la fase concursal, la cortesía ínter-profesional acostumbra a preguntar a todas las partes afectadas, directa o indirectamente, si la idea de intervenir en un edificio público -cual es este caso-, más allá de cómo sea la intervención que se alce como ganadora del concurso posterior, sería aceptada por todos. Por una cifra como la presupuestada para acometer el proyecto, superior a los 15.000 euros, la Ley de Administración Pública exige la petición de tres ofertas a otros tantos suministradores potenciales del servicio, ¿se ha hecho?
Sin salir de mi asombro me pregunto si se consultó al Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, puesto que fue un profesional de este gremio (Juan González Piedra) quien diseñó el faro de Ajo, o si se consultó a la Comisión de Patrimonio Cultural del Gobierno de Cantabria, o si se consultó al Colegio de Arquitectos del territorio, o si se consultó a la Demarcación de Costas…. y caso de evacuarse tales consultas sería bueno conocer qué dicen sus informes. Cortesías aparte, la pregunta a Costas, por ejemplo, es obligada y viene requerida por el Real Decreto–Legislativo 2/2011, de 5 de septiembre, “por el que se aprueba el Texto Refundido de la ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante. En su artículo 72.1 permite la instalación de espacios destinados a usos vinculados a la interacción puerto-ciudad, tales como equipamientos culturales, recreativos, certámenes feriales, exposiciones y otras “actividades comerciales” no estrictamente portuarias en terrenos de dominio público portuario que no reúnan las características naturales de bienes de DPMT definidos en la LC. Asimismo, y previo informe de la Administración de costas, autoriza a desarrollar estas actividades en los faros y con carácter excepcional, la posibilidad de su uso para instalaciones hoteleras, albergues u hospedajes” (las negritas son mías).
Sinceramente, pienso que a Vd., Presidente de Cantabria, le han metido en un buen lío, un desaguisado del que tiene que intentar salir cuanto antes. Ofrezca a Okuda San Miguel otro lugar acorde con sus colorísticas creaciones donde realizar un mural que mejore el entorno, pero paralice éste en Ajo, donde nada es mejorable por ser ya perfecto. No menoscabe el valor de las dos vaquillas y la pradera donde pacen, creyendo que sería mejor que en esa pradera hubiese un aparcamiento de coches para que hipotéticos turistas pudieran desplazarse para ver el nuevo aspecto del faro. La intervención no tiene tanto valor artístico y sólo regresaríamos a ese lugar quienes lo amamos desde hace muchos años, cuando el paisaje mostraba su aspecto natural punteado por el hito blanco de la estructura farera, pero volveríamos sólo para llorar ante el doloroso aguijonazo de colores en el peor de los soportes posibles para anular la belleza del mejor escenario que cabe contemplar. ¿Piensa de verdad que los turistas se desplazarían hasta Bareyo para “admirar” esa obra?
Sr. Revilla, en serio, ponga fin a este intento y localice otro lugar para compensar al artista. No es difícil, hay muchos, pero no todos poseen la extraordinaria hermosura natural de éste.
Existe una ruta por la costa cantábrica que va desde Gijón, con el Elogio del Horizonte, de Eduardo Chillida, hasta San Sebastián, con la escultura de Jorge Oteiza en el extremo de la bahía de La Concha, de una elevadísima calidad escultórica confrontada con el mar y una adecuación muy meditada en la mayoría de los casos. No todo lugar por el hecho de existir es susceptible de ser intervenido artísticamente. Hay que saber dejar ciertos lugares tal como son. Le contaré una anécdota relacionada con una obra de intervención en la Naturaleza que llevó a cabo hace años mi admirado Agustín Ibarrola, artista que marcó mi juventud y sobre el que he escrito para sus catálogos en varias ocasiones. El que Ibarrola tenga todo mi aprecio no me impide contar lo siguiente, por si le puede ayudar a tomar la decisión que esperamos muchos.
Es conocido su Bosque de Oma, pinturas sobre las cortezas de pinos de forma que la masa boscosa en una ladera montañosa, desde diferentes perspectivas, aparece habitada por los lineas, rayos, círculos y personajes que están sin estar, pues se deconstruyen al tiempo que se construyen según se camina por los senderos bajo los árboles. Una belleza mágica, sin duda. Como una derivación de este trabajo, Ibarrola realizó otro cerca de las aguas de la ría de Gernika, en las inmediaciones de terrenos cultivados y habitados por caseros. A Ibarrola se le ocurrió que ciertas formaciones rocosas redondeadas que aparecen desperdigadas por el terreno podían ser también pintadas. Árboles de gran verticalidad en el monte y piedras erosionadas en el llano. La idea no estaba mal y lo hizo, iluminó con pintura industrial aquellas rocas, ésta en rojo, esa en verde, aquella en azul y así. De pronto, en cierto momento, los aldeanos de las cercanías empezaron a notar que sus huertas amanecían destrozadas y pateadas por jabalíes que la noche anterior habían atravesado el lugar. Nadie se explicaba que esos animales se salieran de su secular ruta desde las peñas del Duranguesado hasta la costa para invadir unos caminos que, además de habitados, nunca fueron los suyos, los cuales estaban un poco más arriba, al pie del monte. Una noche las gentes del lugar se apostaron para ver qué sucedía: los jabalíes llegaron a donde estaban las piedras pintadas, justo a ambos lados de su ancestral ruta, y al ver los colores inesperados se asustaban, se paraban y optaban por tomar otro camino para seguir adelante, hacia la costa. Ese otro camino era el de las huertas de los aldeanos.
Sr. Revilla, tenga mucho cuidado con las intervenciones en la Naturaleza, nunca son inertes, deje bien lo que está bien y no añada lo innecesario que, además, puede provocar reacciones sorprendentes en quienes menos te lo esperas. Sean pájaros, jabalíes o las dos vacas que pastan cerca del faro, tan bonicas ellas.
Arte y Paisaje
El faro del cabo de
Ajo en Cantabria.
Luis Azurmendi
En otro lugar recordaba[1] que “el paisaje, como concepto, procede del
arte y que su definición ha ido variando con el tiempo. Hasta Patinir, en el
siglo siglo XVI, las imágenes de campos y ciudades estaban dominadas por
escenas religiosas y míticas. Entonces comienza la libre interpretación bíblica de temas
religiosos mostrando los escenarios del
fondo, que hasta entonces permanecían ocultos y que
adquirirán el carácter de paisaje. Posteriormente con el pintor Van Ruysdael el paisaje toma
valor propio, ajeno a cualquier simbología religiosa”.
En tiempos contemporáneos, en
España, a través de la Institución libre de Enseñanza, el paisaje adquiere un carácter de análisis
científico y didáctico en la observación de la naturaleza. Cantabria adquiere
un cierto protagonismo en las artes plásticas, como los paisajes de las
pinturas de Haes, en la labor de investigación marina, con González Linares y
la creación de la Estación Marina de Santander, y la didáctica, con la
organización de centros escolares y colonias de vacaciones.
Recientemente, y en torno al denominado “Land Art”, las
diferentes tendencias irán valorando el paisaje natural, la naturaleza, como algo propio para las intervenciones
artísticas. El recorrido es amplio: desde grandes intervenciones en espacios
naturales (Smithson) hasta pequeños montajes con elementos naturales (Richard Long). También se dan grandes
intervenciones en espacios públicos, pero de carácter efímero, como la
envoltura del Pont Neuf de París (Christo.1985)[2].
II
PARTE
Las teorías de restauración
monumental de las artes, especialmente de la arquitectura, a partir del siglo
XVIII, fueron añadiendo al valor propio de los monumentos, otros aspectos
como son su historia, su entorno, el
medioambiente o los valores paisajísticos
hasta considerar que la conservación
o la restauración debe ser el resultado de aplicar una visión integral
sobre el patrimonio (Carta Venecia. 1964).
También los conceptos sobre patrimonio
cultural y patrimonio natural se alejan de la visión exclusiva y adquieren una nueva
dimensión. La naturaleza y la cultura (la acción humana) tienden a una visión
de carácter integral a través de lo que hoy se entiende por paisaje. La UNESCO (1972)
utilizó el término Patrimonio Cultural y Natural para la protección del
patrimonio mundial[3]. El
Convenio Europeo del Paisaje (2000-2007) incide en el concepto de Paisaje Cultural y la necesidad
de tratar los aspectos culturales y naturales simultáneamente y a cualquier
nivel territorial.
En nuestro país se culmina este
proceso con el Plan Nacional de Paisaje Cultural
(IPCE. 2003) que define éste como “…una
realidad compleja, integrada por componentes naturales y culturales, tangibles
e intangibles, cuya combinación configura el carácter que lo identifica como
tal, por ello debe abordarse desde diferentes perspectivas”. Además estos paisajes tienen valor nuevo, independiente del de los elementos que lo conforman y por lo tanto
cualquier actuación sobre uno de los elementos afecta a todo el conjunto. En la
Declaración de Davos (2018) también se
incide en ese carácter integral del patrimonio cultural y se advierte, además,
y con sentido negativo, que la globalización cultural dejó atrás el cuidado de
los valores y caracteres de las regiones.
Así se ha entendido desde la
Administración de Cantabria al desarrollar las diferentes directrices de la
Comisión Europea en materia de la conservación del paisaje, como declarar el
cabo de Ajo Lugar de Interés Comunitario (LIC). Existe ya en la región un
importante cuerpo legal que protege o desarrolla las características de
determinados paisajes o establece su protección. La Ley de la Conservación de
la Naturaleza (2006), La ley de Patrimonio Cultural (1998) en su consideración
de Paisajes Culturales, desembocaron en la Ley de Paisaje de Cantabria que ha
establecido el Catálogo de Paisajes Relevantes de Cantabria, donde señala
incluida, a todos los efectos, la zona de La Ría de Ajo y acantilados
(referencia 088). Así pues esta zona goza de una intensa protección jurídica y
de criterios de intervención como paisaje cultural.
Su patrimonio material e inmaterial
son, también, de sumo interés. La arquitectura tradicional, civil y religiosa,
en el cercano núcleo urbano, es de una calidad bien conocida. La cultura
inmaterial, aunque menos conocida, nos lleva desde las advocaciones religiosas
a Santiago hasta los episodios de catástrofes navales y naufragios que lo
convierten en un lugar mágico. Si añadimos la percepción de ese paisaje por la
población, concluiremos que, según el Convenio Europeo del Paisaje,
nos encontramos ante un paisaje cultural de excepción.
Sirvan estas consideraciones
sobre arte y paisaje para situar el anunciado proyecto de intervención en el
faro de Ajo en un contexto histórico sobre criterios de conservación o restauración en un lugar tan emblemático del litoral.
III
PARTE
El faro es un hito donde la rasa
marina se rompe en los impresionantes acantilados del cabo de Ajo. Los valores del
faro y del lugar son dependientes uno del otro, porque
el faro está ahí por el valor estratégico del cabo de Ajo en el Cantábrico y el
lugar se ha popularizado por la existencia del faro, que se convierte en un
icono de referencia del mar y las rutas marinas.
Poco conocemos de la obra que tratamos de analizar.
Ha sido presentado a través de una imagen a los medios de comunicación con la
propuesta de una pintura mural en el
faro y unas intervenciones relacionadas con un museo de arte. El mural sobre el fuste del faro ha sido
realizado por el conocido artista Okuda San Miguel. A la vista de la imagen aquí presentada y de
cuanto he expuesto sobre arte y el paisaje,
no extrañará que tenga una opinión
personal de crítica negativa sobre esta
obra. No lo es por la obra pictórica en sí, que podrá ser adecuada en otro
lugar y circunstancia, es porque, según mi criterio, la obra resulta inadecuada en este lugar.
Es una pintura ciertamente
llamativa, algo estridente, más propia de un medio urbano reivindicativo y no
de un medio rural con las características descritas. Sus colores son primarios,
sus rasgos de urgencia, propios y directos de una industria estandarizada. Es
una obra apropiada para cualquier otro lugar y acorde con un mundo globalizado,
preferentemente allí
donde la escala desmesurada y el espectáculo sustituyen a la cultura local. Estaría
mejor en la metrópoli opresiva como lógica expresión de una liberación que aquí
no existe. Posiblemente allí tendríamos
una opinión más amable con la obra. Pero aquí lo importante es preservar el
carácter del lugar.
Una obra de arte, hoy, no debe de ser ajena al
carácter de un paisaje cultural como el de Cabo de Ajo. Cualquier obra nueva, y
el mural lo es, debería de integrarse como un elemento más del conjunto que
define el lugar. No debería ser la protagonista cuyo lenguaje subordine al del resto de elementos. Y hay otros efectos
negativos como es la vocación de permanencia. Sería otra de las exigencias,
además de la modestia y el respeto, el lograr un carácter efímero para su
permanencia.
Pues a la vista de la imagen
presentada, la pintura en el edificio del faro, impone un protagonismo por
encima del paisaje cultural existente.
Eso puede suponer, lejos de consolidar lo identitario, aniquilarlo. Y con ello
la imagen del lugar tal como la percibe
la población.
No niego nuevas actividades sobre
el lugar. Solo trato de defender la permanencia y respeto a los valores
existentes. Además pienso que, precisamente esos valores, el carácter y
exclusividad del lugar, son los que generan el mayor atractivo para los
potenciales visitantes que verán, en los acantilados y faro de Ajo, “lo
diferente” y no lo mismo que ven en tantos otros lugares. El faro es el icono
de la relación visual y sonora con la mar, la navegación, y los valores medioambientales
y la historia de este lugar rural y marítimo.
Luis Azurmendi. 2 de Junio de 2020
[1] Coloquio
Museo San Telmo. San Sebastián (2019)
[2] Anteayer
falleció este gran artista.
[3] 1972 Convencion
de la UNESCO para la protección del Patrimonio Cultural y el patrimonio natural
para los “sites”
1978 la IUCN
Union Internacional Conservacion de la Naturaleza https://www.iucn.org/es/acerca-de-la-uicn
OPINIÓN DE LAS ASOCIACIONES
Plataforma DEBA, CONCEJO ABIERTO DE SANTANDER
EL FARO PINTADO DE AJO: DISCUTIBLE OCURRENCIA POLÍTICA SIN NINGUNA PARTICIPACIÓN SOCIAL, PARA LUCIMIENTO DE UN EGO ILUMINADO
Santander 11 de junio de 2.020
El proyecto de pintar de 72 colores el faro de Ajo, presentado públicamente por el Presidente de Cantabria Sr. Revilla y el artista Sr. Okuda San Miguel, ha suscitado una intensa polémica en la que se han puesto de manifiesto numerosas opiniones de colectivos sociales, partidos políticos, y de personas relacionas con el mundo de la cultura, el derecho, la ecología, la ingeniaría y la navegación marítima, que rechazan abiertamente la propuesta con abundantes argumentos legales, técnicos y culturales.
El presidente de Cantabria insiste en el proyecto con tan sólidos argumentos como: "Todo el mundo puede opinar pero a mí me encanta ... Cuando se haga la obra de Okuda estoy
convencido de que va a ser un atractivo ir a ese faro y a esa finca ... hay dos vacas allí paciendo una hierba quemada por el salitre." (Europa Press 7-06-2020).
Por su parte, el Sr. Okuda ha declarado que “Las críticas al proyecto del faro son una cuestión más de política y de ignorancia.” (El Diario Montañes, 10-06-2020) El Sr. Okuda se retrata a sí mismo con estas declaraciones, y no muy favorablemente. Utiliza la vieja táctica de descalificar al oponente cuando se carece de argumentos sólidos y coherentes para defender las propias posturas. Así, como él es muy listo y tiene toda la razón de su parte, los que no comparten sus ideas son necesariamente unos "ignorantes", dicho lo cual se acaba todo posible debate; prima la tiranía del ego del iluminado.
A lo anterior se añade la utilización espuria del término política como arma arrojadiza contra el contrario. Si la otra parte se opone a nuestras, "ideas" o propósitos, es porque la otra parte está haciendo política, en el sentido más despectivo del término. Como si opinar libremente no fuese legítimo, y por lo tanto se descalifique a quienes no se sometan al dictado de la arbitrariedad impuesta por procedimientos propios de un rancio caciquismo inaceptable. La que sí es una decisión política es la de pintar el faro y haber elegido a dedo al autor y ejecutor, sin concurso de ideas y sin ninguna publicidad ni participación social previa. Decisión adoptada además por la más alta instancia política regional, la Presidencia del Gobierno de Cantabria.
No se trata de discutir los posibles méritos artísticos del Sr. Okuda, en el caso de que los tenga, sino la pertinencia y legalidad de una actuación concreta en el faro de Ajo. Pertinencia en relación al respeto que se merece un edificio singular, histórico, protegido en las normas urbanísticas del municipio, la legislación de costas, el POL y la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas, cuya fisonomía responde a su función: a la justificación de su existencia como guía para los navegantes.
Puede que al Sr. Okuda no le falten méritos artísticos, pero es evidente que le sobra soberbia. Y tanto a él como a los responsables POLÍTICOS que han decidido pintar el faro parece que les falten los mínimos conocimientos legales necesarios para actuar, a la vez que muestran una inaceptable falta de aprecio hacia los paisajes característicos y relevantes de Cantabria.
Sin contar con los consiguientes perjuicios que puedan derivarse para el erario público en caso de que, realizada la intervención, los tribunales declarasen su ilegalidad y hubiera que devolver al faro a su configuración original. Resulta muy cómodo y fácil para la Presidencia Regional disponer del dinero de los demás para gastarlo en ocurrencias, sin asumir responsabilidades personales y políticas.
El respeto al Patrimonio construido de Cantabria:
El faro de Ajo
El faro de Ajo
GRUPO ALCEDA
Fuente: web de la organización
Los faros constituyen una parte importante del patrimonio de
Cantabria. En el periodo de 1833 a 1930 fueron construidos un total de nueve:
el más antiguo es el de Cabo Mayor que entró en servicio en 1839, su bella y
extraordinaria estructura de piedra se eleva 30 metros sobre el nivel del suelo
y 91 metros sobre el mar (su alcance es de 21 millas náuticas); el más joven es
el de Ajo que se inauguró en 1930, posteriormente en 1980 se proyectó una nueva
torre de hormigón armado de 15,7 metros de altura y a 71 metros sobre el nivel
del mar (su alcance es de 17 millas) que se reinauguró en 1985.
El valor patrimonial de los faros se sustenta en sus valores
funcionales (seguridad para la navegación), históricos, artísticos,
constructivos, tecnológicos, económicos, sociales, culturales y paisajísticos.
Estas singulares estructuras, cuyo alzado y ubicación en lugares estratégicos y
excepcionales las convierten en hitos referenciales de primer orden, forman
parte de la memoria ciudadana y personal.
La cualidad que distingue los faros es la luz que culmina su
columna, pues se construyen para que su irradiación sea vista y a la vez para
permitir la visión alrededor. Su mayor singularidad viene del despegue de la
tierra, su decidido ascenso hacia el cielo y su aislamiento, ya que cuanto más
alto y separado del suelo esté, mejor y más lejos difundirá su haz de luz, para
salvaguarda de las vidas de los navegantes.
Los faros son bellos por sí mismos. La visita a estos
esbeltos cilindros blancos que destacan sobre el verde de nuestros prados, el
gris de los acantilados calizos y los fondos azulados o grisáceos del mar y las
nubes, nos produce una inmensa paz y una gratificante experiencia, ¡que
felicidad se siente al pasear por sus entornos!
Ahora parece que el faro de Ajo quiere pintarse con
múltiples colores para que sea más alegre y dinámico ¿necesita nuestro faro
esto? ¿necesita Cantabria esto? ¿el turismo culto y de calidad que queremos,
aprecia estas actuaciones o huye de ellas? Por similares motivos, podríamos
poner colorines a un puente, o a una iglesia, o a una casona, o a una cueva
paleolítica; así, estarían “más a la moda”. ¿Es este el modelo que queremos
para nuestra región?
El proyecto que se pretende supone un atentado no sólo
contra la obra construida, también sobre el paisaje, la historia y las
tradiciones, que hace entrever el mercantilismo y el populismo con el que las
autoridades manejan y pervierten este patrimonio, esgrimiendo eslóganes
exagerados hacia una Cantabria que dicen “infinita”, pero que acciones como
estas vaciarían irremediablemente.
La carencia de conocimientos vuelve la acción desorientada e
inevitablemente destructiva, y quedamos perplejos al ver cómo se disuelve este
patrimonio en 72 colorines que contradicen el sentido de sus formas
arquitectónicas y su nitidez en el paisaje. Sin entrar a valorar su intención
pictórica, se encuentra esencialmente fuera de lugar. Un atentado hacia un
patrimonio cada vez más escaso, cuyo valor artístico está inevitablemente
asociado a la forma, material, color y relación con el paisaje, que acompaña a
su función.
¿Cuánto resistirá la materia pictórica la constante y severa
agresión de los espacios costeros, así como la más que probada desidia,
indolencia y muda de pareceres inherentes a los cambios de criterio y de
intereses meramente tácticos de los equipos de gobierno institucionales frente
al patrimonio cultural? Cosa bien distinta es la admirable remodelación y
resignificación del interior del Faro de Cabo Mayor en Santander.
Según recoge la prensa, se trata de una “primera atracción
de un proyecto mayor en un enclave de locura”; efectivamente el cabo de Ajo es
el más septentrional de la costa de Cantabria y uno de los más accidentados
¿queremos un parque temático ahí? ¿es esta actuación, compatible con lo
especial, frágil y singular que es este privilegiado lugar, que es reconocido
como “Zona de Especial Protección para las Aves”? ¿Aguantará este espacio
costero la marabunta de gente que le llegará? ¡Pobres pueblos de Bareyo que
perderán la calma!
Mario Vargas Llosa, nuestro premio Cervantes 1994 y Nobel
2010, en su obra “La civilización del espectáculo” nos alertaba del peligro de
la banalización del patrimonio, de la dictadura del papanatismo, del deterioro
cultural de nuestro tiempo -con frecuencia oculto tras la seductora máscara de
“proyectos estrella”-, entre otros aspectos. Dejemos ya de prodigar la trivial
y estéril “cultura del consumo” y practiquemos, de verdad, el consumo de la
Cultura.
Entendemos que estas actuaciones pueden ser adecuadas en
otros entornos y circunstancias, pero, por favor, dejemos tranquilo a nuestro
patrimonio y respetemos el modo en que fue concebido. Ha servido e interesa a
la sociedad, lo hemos conocido, admirado y disfrutado; no lo desvirtuemos, no
lo abaratemos, no lo frivolicemos. Cuidemos nuestro patrimonio, costa y
acantilados.
(*) Luis Villegas, Maricel Losada, Ramón Maruri, Esperanza
Botella, Miguel de la Fuente, Aurelio G
Riancho, Domingo Lastra, Simón Marchan, Carmen Alonso, Esther Sainz-Pardo,
María García-Guinea, Rosa Coterillo, Juantxu Bazán, Fernando Mantilla, Orestes
Cendrero, Eva Fernández, María José G-Acebo, Mina Moro, Ana Lastra, Juan Carlos
Zubieta, Virgilio F-Acebo, Karen Mazarrasa, Javier Gómez-Acebo, Lourdes Ortega,
Alfonso Moure, Daniel Martínez Revuelta, Claudio Planás, Javier Marcos,
Mercedes Fernández, Ignacio Lombillo, Jesús Ruiz, Javier R. Carvajal, Joaquín
Mantilla, Fernando Abascal, Angela de Meer, Fernando Vierna, Ana Rubio.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS
IU teme “posible
prevaricación” en la intervención del faro de Ajo encargada a Okuda
28/05/2020
· Fuente: web de la organización
Argumentan que no se
respeta el Catálogo de Protección de Patrimonio del PGOU de Bareyo
Izquierda
Unida (IU) en Cantabria ve “posible prevaricación” en la intervención encargada
al artista Okuda en el faro de Ajo por el Ayuntamiento de Bareyo y que cuenta
con la colaboración del Gobierno de Cantabria y la Autoridad Portuaria de
Santander (propietaria de la finca).
Según
su coordinadora autonómica, Leticia Martínez, la propuesta que pretenden llevar
estas administraciones de forma conjunta a cabo, “con independencia de quién
sea el encargado de la obra y el caché del mismo, choca frontalmente con el
sentido común de conservación patrimonial”.
Además,
resalta que el faro del Cabo de Ajo está incluido dentro del Catálogo de
Protección de Patrimonio Arquitectónico y Arqueológico del Plan General de
Ordenación Urbana de Bareyo, en el cuál se describe el grado de protección del
edificio.
Así,
consideran que el edificio, catalogado como protección “integral” en el PGOU,
no puede ser modificado con la técnica que se pretende, ya que “violaría” la
normativa recogida en el Plan.
El
PGOU recoge en el apartado de ‘Normas comunes a los distintos grados de
protección’ que “las intervenciones respetarán los valores del edificio y la
integridad de sus elementos de interés que hubieran motivado su protección”,
algo que desde IU creen que no se respetaría.
También
este apartado del PGOU de Bareyo, refiere que “en los materiales de acabado de
fachadas, […] protegidos o que tengan interés, aparte de las obras de
conservación, sólo se permite su reposición”, siendo ésta definida como la
“sustitución de partes o elementos de un edificio por otros que tengan
características similares a los originales”, cuestión que, “cualquiera puede
deducir que no se respeta pues la intervención artística propuesta está a años
luz de la concepción original del edificio”, señala Martínez.
El
citado plan recoge que la protección integral considera que “los edificios
deben conservar su estructura y disposición general, manteniendo íntegramente
su aspecto exterior” o que sólo “se admiten obras de acondicionamiento parcial
siempre que no afecten a los espacios o elementos arquitectónicos, escultóricos
o decorativos más significativos, […] salvo que en la documentación que
acompañe al proyecto se justifique su escaso valor de origen o a causa de
modificaciones posteriores de menor interés”.
La
formación de izquierdas entiende como un “despropósito” que se pretenda saltar
por encima de la Ley de esta manera, “no sabemos muy bien con qué intención y
beneficio para los vecinos”, ya que “se pervertiría la historia del propio
emplazamiento y de su población”.
E
inciden en que son muchos los puntos que se incumplen con respecto a la
protección integral recogida en el catálogo: “los puntos 2, 3, 7, 8, 13 ó 15 están
en serio compromiso con esta intervención”.
Destacan,
por ejemplo, uno de los puntos que dice, literalmente, “7. No podrán realizarse
obras que afecten al exterior de la edificación fuera de las de conservación y
consolidación. Los materiales empleados en el revestimiento de fachadas,
cubiertas y carpintería de los huecos deberán ser acordes con la condición de
elemento catalogado del edificio, sus características compositivas y su
historia. Las obras de modificación de los huecos de fachada o los elementos
volados quedarán prohibidas salvo que se incluyan en un proceso de
restauración”.
“Nos
parece inaudito que uno de los pocos faros que hay en Cantabria, patrimonio de
todos, se ponga a disposición de una manifestación artística que distorsionaría
la propia historia”, defiende la dirigente de IU. “¿Están dispuestos a
contravenir las normas urbanísticas el Ayuntamiento, la autoridad portuaria y
el gobierno de Cantabria de la mano?”, inquiere a las administraciones
involucradas.
“Hay múltiples espacios degradados o con
menor peso patrimonial e histórico disponibles para que cualquier artista
despliegue su arte y cualquier administración alberge expresiones culturales”,
sentenciaba.