LAS* DOS ORILLAS de Bilbao
en VERDES VALLES, COLINAS ROJAS
De Ramiro Pinilla
Primera crónica de confinación
He aprovechado este confinamiento, para liberar lo que solo surge al disponer de un tiempo sin límites, ni metas concretas. En este caso han sido reflexiones sobre la historia de Bilbao y de su ría. Estaba explorando viejas imágenes y cartografías desde donde comprender cómo la reconversión de una ciudad volvió la espalda a sus tradiciones más seculares. Y en esas estaba cuando una novela se me cruzó en el camino, muy oportunamente y de manera sugestiva, dando respuesta a más de una de mis cavilaciones.
en VERDES VALLES, COLINAS ROJAS
De Ramiro Pinilla
Primera crónica de confinación
He aprovechado este confinamiento, para liberar lo que solo surge al disponer de un tiempo sin límites, ni metas concretas. En este caso han sido reflexiones sobre la historia de Bilbao y de su ría. Estaba explorando viejas imágenes y cartografías desde donde comprender cómo la reconversión de una ciudad volvió la espalda a sus tradiciones más seculares. Y en esas estaba cuando una novela se me cruzó en el camino, muy oportunamente y de manera sugestiva, dando respuesta a más de una de mis cavilaciones.
Es la novela de Ramiro Pinilla, “Verdes valles, rojas
colinas”, que me tiene atrapado en la
historia de un territorio complejo, como Bilbao, donde el protagonismo se sitúa en las orillas de su ría. Ahora mismo, donde estoy en su la lectura, un
personaje de los “verdes valles”, un verdadero “borono” que ni una sola noche
durmió fuera del caserío, se enamora de la belleza de una joven revolucionaria,
una “maqueta”, la de las “rojas colinas” allá en las minas, al otro lado de la
ría. Y va tras ella, la acompaña
siempre, tozudamente y, así, además de contemplarla a ella, vivirá de cerca la
lucha obrera de los mineros. Pero no la entiende: “para qué se juntan tantos,
para qué repiten las mismas cosas gritando
todos a la vez, por qué van tan tristes, cuando eso, en el pueblo, lo
resolvemos- dice-, con alegres romerías
al son del txistu y el tamboril”. Él vive en el caserío de Getxo, ella al otro lado de la ría, allí arriba, en las
minas, en una txabola de La Arboleda. Un día él la convence para llevarla a la
otra orilla, al verde valle y, aquel domingo, en una playa de inmensa soledad, es donde el
amor les envuelve como aquellos rizos de las olas en la orilla. Ella quedará preñada
y él será su fiel acompañante en todas las actividades revolucionarias, aunque seguirá
sin comprender.
Salgo del libro. Y pienso que aquel verde valle de origen
euskaldun, Getxo, era donde residían los campesinos aferrados a las viejas
tradiciones, como nuestro tozudo campesino y acompañante de la bella revolucionaria.
Aquellos lugares, con el tiempo, fueron
ocupados por las mansiones de una oligarquía que se desplazó desde un ensanche burgués amenazado por las
movilizaciones obreras. El nuevo lugar se denominó, entonces,“Neguri”, aldea
de invierno en euskera, y fue
“cuartel de invierno” de propietarios de minas, astilleros, fundiciones y
banqueros. Desde allí, por encima de la
ría, se veían las colinas rojas y sus minas, donde los mineros vivían en míseros poblados y, donde hoy, los turistas
pueden disfrutar de un parque temático y probar alubias del país. También veían
sus grandes fábricas y chimeneas de los hornos altos, hoy desmanteladas en la
llamada reconversión industrial. Y desde allí arriba los mineros veían la gran ciudad y, hacia la mar, al fondo, las
playas y Neguri. Unos y otros estaban a”
tiro de mirada”, separados por una ría, la de Bilbao, donde se reflejará la
historia de esta gran ciudad, dramáticamente segregada por los orígenes, la
culturas y clases sociales de sus
habitantes.
Luis Azurmendi
*Tomo el título del artículo
de Gonzálo Calcedo en Las dos
orillas. La Bahía de Santander
En La Bahía en la memoria. Litoral Atlántico